lunes, 18 de febrero de 2019

Los Incentivos Naturales

Todo empresario sabe que si su empresa produce menos que lo que consume, quiebra. Pero también sabe que si produce más que lo que consume, encuentra el ansiado objetivo de la prosperidad.
Para que exista ese maravilloso tándem de incentivos no es necesario que haya una ley que los establezca. La economía consiste precisamente en facilitar esos incentivos naturales para que espontáneamente se produzcan más recursos que los consumidos.
Esta propuesta impositiva pretende establecer esos incentivos, pero a todos los niveles de la sociedad.
Mediante una original ley pretende que las familias cuenten con incentivo similar, sin tener que quitarles recursos a las empresas, ni al Estado, y sin que nadie tenga que cambiar de trabajo ni resignar conquista social alguna.
Pretende que el esfuerzo extra y el desarrollo de la creatividad generen los recursos necesarios para que cualquier persona cuente con ese tándem de incentivos.
Casi todas las personas trabajan en algún emprendimiento productivo motorizado por ese tándem, pero aún no se las incluye.
Una vez, cierta especie animal comenzó a producir más que lo que consumía, porque quería prosperar. Y tuvo así tiempos libres para dedicarlos a las ciencias y a las artes, y pronto surgieron infinidad de cosas novedosas.
Sin embargo, en su devenir apareció una falla:
Algunas de esas nuevas criaturas, sabiendo que otros podían producir más que lo que consumían, se apoderaron de sus excedentes y dejaron de ser útiles.
Terminaron por debajo de las demás especies animales, que son todas perfectamente auto-suficientes. Pero además abatieron a los esforzados y envalentonaron a los indolentes, comenzando así un círculo vicioso que se profundiza constantemente.
Eso nos autoriza a sospechar que es conveniente volver al esquema anterior. Que la mayor fuente de felicidad sustentable de cualquier individuo, vuelva a ser la satisfacción de ver el fruto de su propio “árbol”.
El ser humano encuentra mucho placer cuando logra progresar con esfuerzo.
Siente genuino orgullo al ver, por ejemplo, a sus hijos esperando un futuro mejor, como fruto del desarrollo del esfuerzo propio y de su creatividad.
Pero además podemos comprobar que los pocos que cumplen ese cometido tienen más ventura que el resto. Y que quienes no lo cumplen parecen tener cada vez más desventura, cosa que se transfiere incluso a sus sucesores.
Bien, esta pequeña introducción era necesaria para enmarcar claramente esta inédita propuesta impositiva, porque es una opción fresca aún no debatida.
Supongamos por un momento que es posible un sistema así, donde la mayor recompensa vuelva a ser contemplar los excedentes logrados con esfuerzo propio, pues seguramente la ventura acompañará a todos por igual.
Hoy hemos llegado a esta etapa en la que parece que el ser humano ha dejado de ser sustentable, y quizás para encontrar la salida se nos exija algo de pensamiento lateral, una revisión profunda de nuestras convicciones, de nuestras doctrinas.
Desde la revolución industrial, la producción de bienes y servicios comenzó a ser colectiva. Antes, si alguien hacía una silla cobraba por una silla y si hacía dos sillas cobraba por dos sillas.
Pero desde ese momento, el trabajo comenzó a remunerarse sólo al costo, y no al precio. Porque hay un precio que otro paga por el capital y el trabajo insumidos al producir los bienes y servicios transables.
Sabemos que al principio, a esa diferencia se la quedaba el dueño de la empresa.
Pero luego, desde que algunas religiones comenzaron a tratar de reparar esa injusticia, e incursionaron en la economía y en la doctrina social, se instaló como efecto secundario, algo muy extraño y pernicioso:
El Estado, para “re-distribuir” la riqueza comenzó a apoderarse de una parte de las ganancias de las empresas. Y precisamente quizás de la parte que correspondía al personal de las mismas, de esa diferencia entre el precio y el costo del trabajo.
Comenzó a confiscar la tercera parte de las ganancias de todas las empresas; pero no sólo de las grandes sino hasta de las que sólo ocupan un solo empleado.
Se inició así este colectivismo en las relaciones laborales que considera a la prosperidad casi como pecado. En lugar de resolver la injusticia, la doctrina social la institucionalizó.
Y la educación pública comenzó también a adoctrinar en ese sentido, con el slogan de la solidaridad “obligatoria”, un oxímoron buscando el bien común.
Hoy podemos suponer que fue un error grave.
Porque lo esencial en toda sociedad sigue siendo que cada integrante produzca más que lo que consume, porque eso lo hace feliz y venturoso y puede servir efectivamente a la sociedad.
No es tan bueno que un hermano me ayude; es mejor que yo vaya a pescar con él.
La felicidad y las ganas de trabajar jamás podrían ser colectivas. La felicidad es algo privativo, íntimo de cada individuo.
¿Y qué habría que hacer entonces?
Lo primero que tenemos que hacer es aprovechar esa tercera parte de las ganancias de todas las empresas para poder remunerar el trabajo por su precio y no por su costo.
Debemos utilizar el dinero del Impuesto a las Sociedades para participar a su personal.
Ello hará que por primera vez se vuelvan compatibles los objetivos del personal con los de su empresa, y entonces la rentabilidad de las empresas crecerá, porque… ¡vamos! todos sabemos que los empleados, en general, no se esfuerzan más que lo necesario. Y sabemos además que evalúan boicotear al empleador mediante demandas laborales o sindicales, antes que intentar ser más eficientes y desarrollar creatividad para hacer que el trabajo rinda su máxima potencialidad.
Pero por sobre todas las cosas, con estas nuevas relaciones laborales lograríamos que contratar personal dejara de ser un peligro, y volviera a ser negocio.
Y que el mejor negocio fuera contratar personal en los pueblos porque como estas empresas con piloto automático, serían las más rentables debido a que allí los costos son menores.
Los recursos del Estado no se verían afectados. Antes bien, el Estado verá aliviado su abultado presupuesto de asistencialismo, porque el desempleo desaparecería en cuestión de meses.
Esto que proponemos es una “Cuarta Postura”, una opción fresca para salir de esta ciénaga de la doctrina populista con la que nos hemos visto catequizados desde hace un siglo.
Estamos en condiciones de calcular exactamente el precio del trabajo en cualquier empresa, porque los recursos se generan proporcionalmente a los costos de capital y trabajo, que son bien conocidos.
La podríamos llamar también “Doctrina de los Talentos” porque está inspirada en la “parábola de los talentos” donde Jesús dice claramente “sobre mucho le pondré”, dice que se asignará más responsabilidad y ventura a quienes más rentabilidad obtengan de su esfuerzo propio y del dinero que con ello obtengan sus talentos.
Ing. Néstor González Loza

sábado, 16 de febrero de 2019

Propuesta de Entusiasmo Laboral

Me ha sido dado acceder a escrituras milenarias en sánscrito, interpretadas en su idioma original que revelan la característica esencial del ser humano, la cual ha sido ignorada por los sistemas económicos y eso ha provocado esta caída en la rentabilidad global de todas las empresas, motivo de la decadencia generalizada de la sociedad.
Lo asombroso es que como toda paradoja, los problemas sociales que nos atormentan tienen una solución tan simple que colisiona con nuestro entendimiento secular.
Estoy situado filosóficamente en un estadio anterior al de los pensadores que han construido las doctrinas que se debaten hoy en el concierto mundial.
Entonces, sin perjuicio de luego entrar a analizar esas investigaciones, le expongo cuál sería esa leve modificación en las relaciones laborales que podría sacarnos del laberinto en que nos encontramos hace décadas en casi todo el mundo.
Le expuse esta propuesta al Dr. Domingo Cavallo quien la ha considerado con muy buenos ojos.

Es preciso resolver una distorsión tributaria que sería la causa de la paradoja del desempleo y de la consecuente inseguridad que abate a la mayoría de las naciones.
Toda empresa está constituida por capital y personal.  Y para generar ganancias necesita el concurso de ambos, proporcionalmente a sus respectivos costos. Si la empresa es puro capital, es éste el mayor responsable en las ganancias. Y viceversa!
Si por ejemplo su capital, tuviera un costo anual de u$s 800.000 (incluyendo interés, amortización, mantenimiento, seguros e impuestos) y si su personal tuviera un costo anual de u$s 300.000 (incluyendo cargas sociales) las ganancias conseguidas corresponden 72% al capital puesto en juego. Y el resto (28%) es mérito y propiedad exclusiva de su personal.
Entonces, la Administración de Impuestos no debe considerar que lo que se retiene por ganancias empresarias sea una tributación del empresario, sino esencialmente es una exacción no autorizada al personal de la empresa originada en las modificaciones tributarias que permitieron la transición en la post-guerra.
En el caso del ejemplo, de los 35 puntos que tributa la empresa, 28 son un aporte de los empleados de esa empresa, porque es el dinero con que se contaba para participarle ganancias a su personal, como lo consagra nuestra Constitución Nacional.
Entonces el Estado no debió asignarlo a Rentas Generales. El 80% de lo recaudado debió ser transferido anualmente al personal propio y de terceros de esa empresa, en un acto de estricta justicia.
Y el restante 20%, en el próximo ejercicio podría dejar de retenerse, porque no conviene retener de las ganancias empresarias más que la parte de ellas que generó el personal de esa empresa.

Estas nuevas relaciones laborales harían que la actitud del personal incremente su productividad y consecuentemente la rentabilidad de la empresa. Entonces contratar personal ya no sería un riesgo sino un negocio para el empresario porque cada nueva persona motorizaría mayor rentabilidad. Y disminuiría el desempleo, que es uno de los mayores gastos del Estado, y una máquina de inseguridad, por lo que no necesitamos más argumentos para que se acepte esta propuesta!

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