El empresario decide muchas cosas en su empresa, como las inversiones, la política de recursos humanos, la política de ventas, de publicidad, etc.
Y todas esas decisiones buscan mayor rentabilidad.
Sin embargo, la llave final, lo que realmente determina la ulterior rentabilidad, curiosamente la tiene el personal de la empresa. Y eso depende de la manera en que esa rentabilidad se vincule con su suerte.
El empresario podrá condicionarlo, sobornarlo y hasta reemplazarlo, pero el humor del personal permanecerá mientras no se modifique esa relación laboral.
Muchos emprendedores creen que su personal no decide su ganancia. Sin embargo, los empleados por el contrario creen que son su principal motor.
Pero si hacemos el cálculo preciso tomando en cuenta los respectivos costos, la tercera parte de las ganancias fue generada exclusivamente por el personal de esa empresa que se brindó por encima de lo exigido.
El resto, en la mayoría de los casos, es mérito del capital.
El Estado no sólo que debe retener esa tercera parte (como lo hace) sino que además, debe pagarla. Es participación en las ganancias.
Para los empleados volvería a ser conveniente esforzarse y desarrollar creatividad. Y entonces contratar personal dejaría de ser un peligro y volvería a ser negocio.
Se puede acabar con el desempleo y con la pobreza con esa simple medida resorte exclusivo del Estado.
No se trata de “crear fuentes de trabajo” sino de que cada empleado tenga una meta en su trabajo. Todo lo demás viene por añadidura.
La disminución de costos, la creatividad y lo que pague el cliente demandante del producto o servicio, harán que la inflación y las mafias sindicales dejen de existir por inconducentes.
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