martes, 17 de diciembre de 2013

Bárbaros y vaticanos

El bárbaro es aquel que odia las cuestiones intelectuales, rehúye de los argumentos racionales y se dedica a reunir a los hombres en manadas para formar ejércitos, mientras que el hechicero establece los objetivos de esos ejércitos.
El bárbaro conquista imperios, mientras que el hechicero escribe sus leyes.
El bárbaro roba y saquea, el hechicero exhorta a las víctimas a superar su preocupación individual.
El bárbaro domina por medio del miedo, manteniendo a los hombres bajo constante amenaza de destrucción, el hechicero domina mediante la culpa, intentando convencer al hombre de su depravación innata, impotencia y futilidad.
El bárbaro puede llegar a convertir la vida humana en un infierno, mientras que el hechicero dice y justifica que en verdad no puede ser de otro modo, y además tiene que vivir del favor de un protector, de una dispensa especial, de un monopolio reservado, de la exclusión, de la supresión, la censura.
El bárbaro fuerza además la obediencia por medio de un garrote, mientras que el hechicero la obtiene utilizando un arma mucho más poderosa: adentrándose en el campo de la moralidad. Y lo hace porque no hay modo mejor de convertir la moralidad en un arma de esclavitud que divorciándola de la razón del hombre. Es decir, no existe mejor modo de hacer que un ser humano acepte el papel de un animal destinado al sacrificio que destruyendo su autoestima y haciéndole despreciar incluso su propio interés individual.

De este modo, el triunfo de la asociación del bárbaro y el hechicero, como era de prever, y como se explica magistralmente, termina ensalzándose en la figura del "Estado", que emerge incondicional e irreflexivamente como la forma del bien, dejando al hombre como una especie criado y neosiervo. Un fenómeno que se prolonga en el tiempo, que para su consolidación ha sido necesaria la complicidad de las clases intelectuales y que cada vez resulta más patente tanto en la política, en las finanzas, en diversas manifestaciones artísticas e incluso en el derecho.
Para Rand es desde ahí desde donde surge la subordinación del individuo a lo colectivo y el convencimiento de la bondad de su sacrificio en aras del «bienestar público». Una categoría y sofisma, ésta del bienestar o interés público, que en su día tan ilustrada y finamente describiera Alexis de Tocqueville en El Antiguo Régimen y la Revolución (Edit. Alianza, 2004) mediante el ejemplo del ínclito Lemberville, como ya hemos tenido ocasión de citar en otras ocasiones.

Por último, destacar que Ayn Rand también nos advierte de cómo esa alianza entre hechiceros y bárbaros se diseña y construye fundamentalmente contra el ciudadano corriente, el trabajador y/o productor; y si bien es cierto que resulta nociva y perjudicial para el interés de los hombres, no es menos cierto que es débil y precaria, a pesar incluso del mal que circunstancialmente pueda ocasionar. La alianza es débil y precaria, porque en el fondo está basada en el miedo y en el desprecio mutuo.
El bárbaro considera al hechicero un teórico, un soñador estúpido, mientras que el hechicero considera al bárbaro un inmoral insignificante.

Ejemplos de esta descripción podemos encontrar actualmente en muy diferentes latitudes, algunas muy cercanas, y es que no debemos olvidar que el bárbaro, como cualquier matón y como muchos animales, dice Rand, sólo se siente confiado cuando huele el temor de quienes considera sus adversarios, de ahí que cada avance en sus intenciones sin oposición la procese como una victoria parcial que le hace más fuerte.
Es importante tomar nota y conciencia de esto último.


http://vozpopuli.com/blogs/3840-juan-j-gutierrez-barbaros-y-hechiceros

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