UNA PROPUESTA IMPOSITIVA
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1- Todo
empresario sabe
que si su empresa produce menos que lo que consume, se va a la quiebra. Pero
también sabe que si produce más que lo que consume, encuentra el ansiado elixir
del progreso individual.
Para que exista ese maravilloso par de incentivos “riesgo-placer” no es
necesario que haya una ley que los establezca. La economía consiste
precisamente en facilitar esos incentivos naturales para que espontáneamente se
produzcan más recursos que los consumidos.
Esta propuesta impositiva pretende establecer esos incentivos, pero a todos
los niveles de la sociedad.
Mediante una original ley pretende que las familias cuenten con
incentivo similar, sin tener que quitarles recursos a las empresas, ni al
Estado, y sin que nadie tenga que cambiar de trabajo ni resignar conquista
social alguna.
Pretende que el esfuerzo extra y el desarrollo de la creatividad generen los
recursos necesarios para que cualquier persona cuente con ese tándem de
incentivos.
Casi todas las personas trabajan en
algún emprendimiento productivo motorizado
por ese tándem, pero aún no se sienten motivadas.
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2- Una vez, cierta
especie animal comenzó a producir más que lo que consumía, porque quería
progresar. Y tuvo así tiempos libres para dedicarlos a las ciencias y a las
artes, y pronto surgieron infinidad de cosas novedosas que repotenciaron el
proceso.
Sin embargo, no hace mucho tiempo apareció una falla:
Algunas de esas nuevas criaturas, debido a extrañas relaciones laborales, sabiendo
que otros podían producir más que lo que consumían, se apoderaron de sus excedentes
y dejaron de ser útiles, pues necesitaban de otros para subsistir.
Terminaron por debajo de las demás especies animales, que son todas
perfectamente auto-suficientes. Pero además abatieron a los esforzados y envalentonaron a los indolentes,
comenzando así un círculo vicioso que se profundiza constantemente.
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3- Eso nos
autoriza a sospechar que es
conveniente volver al esquema anterior. Que la principal fuente de felicidad sustentable
de cualquier individuo, vuelva a ser la satisfacción de ver el fruto de su
propio “árbol”.
El ser humano encuentra mucho placer cuando logra progresar con esfuerzo.
Siente genuino orgullo al ver, por ejemplo, a sus hijos esperando un
futuro mejor, como fruto del desarrollo del esfuerzo propio y de su creatividad.
Pero además podemos comprobar que los pocos que cumplen ese cometido tienen
más ventura que el resto. Y que quienes
no lo cumplen parecen tener cada vez más desventura,
cosa que se transfiere incluso a sus sucesores.
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4- Bien, esta pequeña
introducción era necesaria para enmarcar claramente esta inédita propuesta impositiva, porque es una
opción fresca aún no debatida.
Supongamos por un momento que fuera posible un sistema así, donde la mayor recompensa
vuelva a ser contemplar los excedentes logrados con esfuerzo propio, pues seguramente
la ventura acompañará a todos por igual. La prosperidad sería general.
Hoy hemos llegado a esta etapa en la que parece que el ser humano ha dejado de
ser sustentable, y quizás para encontrar la salida se nos exija algo de pensamiento
lateral, una revisión profunda de nuestras convicciones, de nuestras doctrinas.
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5- Desde la
revolución industrial, la
producción de bienes y servicios comenzó a ser colectiva. Antes, si alguien
hacía una silla cobraba por una silla y si hacía dos sillas cobraba por dos
sillas.
Pero desde ese momento, el trabajo comenzó a remunerarse sólo al costo, y no al
precio. Porque hay un precio que otro paga por el capital y el trabajo insumidos
al producir los bienes y servicios transables.
Sabemos que al principio, a esa diferencia se la quedaba el dueño de la
empresa.
Pero luego, desde que algunas religiones comenzaron a tratar de reparar esa
injusticia, e incursionaron en la economía y en la doctrina social, se instaló
como efecto secundario, algo muy extraño y pernicioso:
El Estado, para “re-distribuir” la riqueza comenzó a apoderarse de una parte de
las ganancias de las empresas. Y precisamente quizás de la parte que correspondía
al personal de las mismas, de esa diferencia entre el precio y el costo del
trabajo.
Comenzó a confiscar la tercera parte de las ganancias de todas las empresas; pero
no sólo de las grandes sino hasta de las que sólo ocupan un solo empleado.
Es como si una mujer demandara al marido que la echó de la casa y se quedó con
el auto del matrimonio. El juez recrimina al marido por su injusticia y le
dice: “a usted sólo le corresponde la casa. Pero como su mujer no sabe manejar,
me quedo con el auto. Cuando ella lo necesite la llevaré donde me pida”. Obviamente
el juez espera determinado ritual. Es la misma aberración que comete el Estado
con los empleados de todas las empresas.
Se inició así este colectivismo en las relaciones laborales que considera a la
prosperidad casi como pecado. En lugar de resolver la injusticia, la doctrina
social la institucionalizó.
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6- Y la
educación pública comenzó también a adoctrinar en ese sentido, con el slogan de
la solidaridad “obligatoria”, un oxímoron buscando el bien común.
Hoy podemos suponer que fue un error grave.
Porque lo esencial en toda sociedad sigue siendo que cada integrante produzca
más que lo que consume, porque eso lo hace feliz y venturoso y puede servir
efectivamente a la sociedad.
No es tan bueno que un hermano me ayude; es mejor que yo vaya a pescar con
él.
La felicidad y las ganas de trabajar jamás podrían ser colectivas. La felicidad es algo privativo, íntimo de cada
individuo.
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7- ¿Y qué habría
que hacer entonces?
Lo
primero que tenemos que hacer es aprovechar esa tercera parte de las ganancias
de todas las empresas para poder remunerar el trabajo por su precio y no por su
costo.
Debemos utilizar el dinero del Impuesto a las Sociedades para participar a su
personal.
Ello hará que por primera vez se vuelvan compatibles
los objetivos del personal con los de su empresa, y entonces la rentabilidad de las empresas crecerá,
porque… ¡vamos! todos sabemos que los empleados, en general, no se esfuerzan
más que lo necesario. Y sabemos además que evalúan boicotear
al empleador mediante demandas laborales o sindicales, antes que intentar ser
más eficientes y desarrollar creatividad para hacer que el trabajo rinda su
máxima potencialidad.
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8- Pero por sobre todas las cosas, con estas nuevas
relaciones laborales lograríamos que contratar personal dejara de ser un
peligro, y volviera a ser negocio.
Y que el mejor negocio fuera contratar personal en los pueblos porque estas empresas con piloto automático, serían las más rentables debido a que allí los
costos son menores.
Los recursos del Estado no se verían afectados. Antes bien, el Estado verá
aliviado su abultado presupuesto de asistencialismo, porque el desempleo desaparecería en cuestión de meses.
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9- Esto que proponemos es una “Cuarta Postura”, una opción fresca para salir de esta ciénaga de la doctrina populista con la que nos
hemos visto catequizados desde hace un siglo.
Estamos en condiciones de calcular
exactamente el precio del trabajo en cualquier empresa, porque los recursos se
generan proporcionalmente a los costos de capital y trabajo, que son bien
conocidos.
La podríamos llamar también “Doctrina de los Talentos” porque está inspirada en
la “parábola de los talentos” donde Jesús dice claramente
“sobre mucho le pondré”, dice que se
asignará más responsabilidad y ventura a quienes más rentabilidad obtengan de
su esfuerzo propio y del dinero que con ello obtengan sus talentos.
Ing. Néstor González Loza